En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas
proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la
humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si
empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos
por un ratito? ¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para
adivinar otro mundo posible?
El aire estará limpio de todo veneno que no
provenga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;
en las calles, los automóviles serán
aplastados por los perros;
la gente no será manejada por el automóvil,
ni será programada por el ordenador, ni será comprada por el supermercado, ni
será tampoco mirada por el televisor;
el televisor dejará de ser el miembro más
importante de la familia y será tratado como la plancha o el lavarropas;
se incorporará a los códigos penales el
delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de
vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el
niño sin saber que juega;
en ningún país irán presos los muchachos que
se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;
nadie vivirá para trabajar pero todos
trabajarán para vivir;
los economistas no llamarán nivel de vida al
nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;
los cocineros no creerán que a las langostas
les encanta que las hiervan vivas;
los historiadores no creerán que a los
países les encanta ser invadidos;
los políticos no creerán que a los pobres
les encanta comer promesas;
la solemnidad se dejará de creer que es una
virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;
la muerte y el dinero perderán sus mágicos
poderes y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso
caballero;
la comida no será una mercancía, ni la
comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos
humanos;
nadie morirá de hambre, porque nadie morirá
de indigestión;
los niños de la calle no serán tratados como
si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;
los niños ricos no serán tratados como si
fueran dinero, porque no habrá niños ricos;
la educación no será el privilegio de
quienes puedan pagarla y la policía no será la maldición de quienes no puedan
comprarla;
la justicia y la libertad, hermanas siamesas
condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda
contra espalda;
la
Santa Madre
Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento
ordenará festejar el cuerpo;
la
Iglesia
también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la
naturaleza, de la que formas parte»;
serán reforestados los desiertos del mundo y
los desiertos del alma;
los desesperados serán esperados y los
perdidos serán encontrados porque ellos se desesperaron de tanto esperar y
ellos se perdieron por tanto buscar;
seremos compatriotas y contemporáneos de todos
los que tengan voluntad de belleza y voluntad de justicia, hayan nacido donde
hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito
las fronteras del mapa o del tiempo;
seremos imperfectos porque la perfección
seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo, en
este mundo chambón y jodido, seremos capaces de vivir cada día como si fuera el
primero y, cada noche como si fuera la última.
Eduardo Galeano