Resuena
el eco en el agua,
en
las plantas,
en
las cumbres de las montañas,
un
susurro que se derrama
por
troncos de árboles,
gotea
hasta las raíces,
rompe
surcos de luz y barro
en
la tierra mojada.
Es
la Vida que redactó las profecías
con
caligrafía de viento.
Es
el tiempo mismo de la profecía.
Es
el amor.
Recorre
la Tierra un rumor
de
fuego,
una
liturgia de valle nevado,
el
estruendo mudo del mar
dejando
su huella en la hierba.
Ya
llega.
Es
la hora.
Es
esta hora.
Un
pájaro levanta el vuelo
entre
las hojas secas del otoño,
se
eleva,
deja
atrás el frío, el hielo.
Deja
atrás la rama.
El
estruendo, el susurro,
el
rumor, el eco,
llega
en ondas a través del suelo,
hace
temblar las piedras.
Las
piedras chocan.
Las
piedras pueden cantar.
Las
piedras bailan y se mueven,
lo
mueven todo.
Son
cientos, miles, son una muchedumbre
de
piedras
chocando
y rebotando
alrededor
del mundo.
Ya
nada se puede parar.
Es
la hora.
Es
esta hora.
Está
en el aire, está en las
distancias
y los alientos,
es
el cosmos de nuestra parte,
es
el Sol, es la Luna.
Una
fuerza liberadora
que
nos convoca.
Es
la liberación.
Es
la liberación.
Las
paredes gritan buenas noticias,
destilan
fraternidad
como
un canto revolucionario
entonado
al unísono por los
engendrados
de
un útero en forma de cruz.
Son
los empobrecidos, que se levantan,
son
los olvidados, que recuperan su voz,
los
que nunca nadie nada
dispuestos
a protagonizar
la
Historia.
Amanece.
No
hay vuelta atrás.
Es
el cambio que viene
y
no hay mayor denuncia
que
comunicar la esperanza.
Es
la hora.
Es
esta hora.
Una
constelación de descalzos
marca
el sendero:
son
los hijos del hambre
que
creyeron en la promesa.
Ha
llegado el tiempo de la liberación.
El
tiempo de todas las profecías.
Jamás
la luz se vistió de negro.
Jamás
hubo camino sin indignación.
No
hay mayor enemigo del amor
que
el miedo.
No
existe mayor subversión
No hay comentarios:
Publicar un comentario